El caminar es una apertura al mundo. Restituye en el hombre el feliz sentimiento
de su existencia. Lo sumerge en una forma activa de meditación
que requiere una sensorialidad plena. A veces, uno vuelve de la caminata
transformado, más inclinado a disfrutar del tiempo que a someterse a la
urgencia que prevalece en nuestras existencias contemporáneas. Caminar es
vivir el cuerpo, provisional o indefinidamente. Recurrir al bosque, a las rutas
o a los senderos, no nos exime de nuestra responsabilidad, cada vez mayor,
con los desórdenes del mundo, pero nos permite recobrar el aliento, aguzar
los sentidos, renovar la curiosidad. El caminar es a menudo un rodeo para
reencontrarse con uno mismo.
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