Una descripció genial d'un fresc de Gozzoli que des que el vaig veure a la capella dels Médici a Florència em va fascinar
El bailoteo de unos pocos cirios alumbraba, como si los fuera pintando, los frescos de Benozzo Gozzoli que cubrían totalmente los muros del pequeño oratorio. No he visto jamás una cabalgata de tan bella fantasía. El juvenil Lorenzo, el emperador de Bizancio y el patriarca de Constantinopla, representaban a los Reyes Magos en el séquito triunfal. Clarice Strozzi me había explicado a quiénes retrataban los otros personajes: Pandolfo Malatesta, señor de Rímini; Galeazzo Maria Sforza, hijo del duque de Milán; los Médicis; Victorino da Feltre, Nicolás da Uzzano, el propio Gozzoli… Desfilaban, metálicos, multicolores, ataviados con lujoso capricho, sobre caballos de jaeces espléndidos, en un paisaje de cipreses y torres —Careggi, San Gimignano—, de rocas, de bosques, de jardines, como si se encaminaran centelleando hacia una fiesta en la corte florentina… Camellos y animales feroces contribuían a la extravagancia. Volaban los pájaros misteriosos. Y quien me impresionaba más era ese muchacho que lleva un leopardo a la grupa del corcel. Pero no… quien esta vez me impresionaba era el arquero negro que se yergue junto al caballo de Sforza, porque me recordó a Abul, y entonces la escena poética, casi oriental de tan curiosa y alhajada se transformó, estremeciéndome de pavor, en la cacería de Hipólito de Médicis. Hipólito era el adolescente Lorenzo que ciñe una rara corona; Beppo era el muchacho del leopardo, vestido de azul, que se volvía a observarme, sujeto el felino por una cadena… Me miraban los demás, desdeñosos, desde lo alto de las cabalgaduras, desde la magia de un mundo que me condenaba en silencio… Y la cabalgata seguía girando con lenta ceremonia. Aquél era Lorenzaccio; aquél era mi padre; aquél, el cardenal Orsini; aquélla, aquélla con ropas de paje, era Adriana… y estaban encerrados conmigo en una inmensa pajarera que rutilaba al sol. Me miraban callados, como unos jueces aristocráticos, tan ilustres que mi culpa crecía y me postraba ante ellos. Quise huir y Nencia me retuvo. Me apretó contra su pecho. Con una mano me tapó la boca. En la escalinata resonaban voces...
Manuel Mujica Lainez, Bomarzo
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