La vieja señora Loewenhielm fue la primera en marcharse. Su sobrino la acompañó, y las
anfitrionas salieron a despedirles con luces. Mientras Philippa ayudaba a la vieja dama a ponerse sus
múltiples envolturas, el general cogió la mano de Martine y se la retuvo largo rato en silencio. Por
último, dijo:
- He estado con usted cada día de mi vida. Sabe usted que es cierto, ¿verdad?
- Sí –dijo Martine-; sé que lo es.
- Y –prosiguió él- seguiré estándolo cada uno de los días que me queden por vivir. Cada
noche me sentaré, si no corporalmente, lo que no significa nada, sí de manera espiritual, que lo es
todo, a cenar con usted, exactamente igual que esta noche. Pues esta noche he aprendido, querida
hermana, que en este mundo todo es posible.
Isak dinesen, El festín de Babette
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