Nunca,
de esta gran tarde
en que tú y yo nos hemos comprendido,
olvidaré la sílaba precisa
con que encendí tus manos.
Nunca,
ni tu caricia.
[...]
Me miraste de unos ojos tan hermosos
detrás de aquella tarde
detrás de aquella luz que se ponía.
Me tuve que quedar
escondido en las tejas de alguna primavera,
para que no sintieras
la altura de mi amor,
de mi presencia.
(J. Ramón Corpas Mauleón, Estella 1952)
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