29 d’abril del 2015

El mar i la Vieja sirena



Ahram prefiere quedarse en la terraza frente al mar, de un gris plateado a su llegada y ahora de un azul intenso, animado por ondulaciones que a veces se encrespan en un latigazo de espuma. El mar... En un impulso, el hombre se calza sus sandalias, baja al patio y sale al jardín por un postigo. Sus pisadas sobre la grava hacen volver la mirada a la esclava, que ahora juega a las tabas con Malki, enfadado cuando no gana.


Sólo ante el mar se calma; la playa matutina es su refugio. Se entrega al arrullo de las espumas quebrándose en la orilla, a la quieta infinitud azul y verde, al horizonte blanquecino, a la contemplación de Yazila y Malki, dos gráciles terracotas jugando con la hipopótama de madera en un templo de arena.


Como otras veces, buscaba el rumor de las olas, el olor del mar, la caricia suave y rasposa de la arena para sosegarse.
Acababa de salir el sol, todavía muy bajo frente a ella, y la colosal columna del faro era una vertical pincelada de sombra, color de luna nueva, mientras en su cima todavía humeaba densamente la hoguera recién apagada. Al fondo, el cielo iba tomando todas las tonalidades de la aurora.

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